Gastón Castellanos
Neurocirujano, ex director del programa de Psiquiatría Biológica y Neurociencias de la OMS
El advenimiento de la psicofarmacología a mediados del siglo pasado marcó una revolución en la terapéutica y al mismo tiempo, como señaló el destacado farmacólogo Aurelio Cerletti, se inició una nueva era de “embriaguez química”.
El primer paso fue el descubrimiento que realizaron los investigadores franceses Henri Laborit, Jean Delay y Pierre Denicker, del efecto antipsicótico inesperado de un compuesto químico, la clorpromazina, que en ese tiempo se estudiaba como antihistamínico. Muy pronto, Paul Janssen, de Bélgica, sintetizó una nueva serie de compuestos, las butirofenonas, con gran potencial para combatir los delirios y alucinaciones característicos de los cuadros de esquizofrenia.
Por otra parte, durante el tratamiento de enfermos tuberculosos con el medicamento isoniazida, se observó su acción euforizante, que dio lugar a la síntesis de antidepresivos denominados inhibidores de la monoamino-oxidaza (IMAO).
En 1956, el psiquiatra suizo R. Kuhn durante el ensayo de una droga de supuesta acción antialérgica, la imipramina, descubrió con gran sagacidad su potente efecto sicoestimulante. A partir de entonces se sintetizaron una gama de antidepresivos tricíclicos, llamados así por su estructura química.
A partir de la década de los años 90, en la búsqueda de productos más selectivos, ocurre un nuevo avance con la introducción de la segunda generación de antidepresivos (ISRS) y de antipsicóticos atípicos, respectivamente.
La ansiedad, el pánico, el insomnio y la hipocondriasis son trastornos descritos desde la antigüedad. Sólo que, a finales del siglo XVIII, Cullen los englobó con el término neurosis. Para amortiguar estos síntomas se utilizó durante mucho tiempo calmantes, como los bromuros, el cloral, los barbitúricos y el alcohol, que en pequeñas dosis tiene un efecto estimulante y de desinhibición.
Fue en 1957 cuando el químico L. H. Sternbach, originario de Cracovia, investigador de una renombrada compañía farmacéutica de Basilea, descubrió la propiedad tranquilizante de las benzodiazepinas y se introdujo en el mercado el clordiazepóxido, en fármacos denominados ansiolíticos, cuyo empleo se ha extendido de manera vertiginosa. Se ha señalado que solamente el empleo crónico y en dosis relativamente altas puede ocasionar cuadros de adicción.
Ahora bien, esta breve revisión, un tanto académica, permite señalar que en la actualidad contamos con un vasto arsenal de más de cien drogas psicotrópicas, cuyo manejo adecuado es responsabilidad compartida del médico y del paciente, de las autoridades sanitarias en cuanto a la farmacovigilancia, es decir, reportar cualquier efecto tóxico que ponga en riesgo la salud, como ha ocurrido recientemente con los analgésicos Vioxx y Valdure, que fueron retirados del mercado. Es preciso hacer un paréntesis para señalar que el alto costo de los medicamentos impide el acceso a un gran sector de la población.
Además, es imperativo tanto prevenir el abuso y mal uso de estas sustancias legales, como combatir de manera drástica la epidemia devastadora de las adicciones a drogas ilegales (anfetaminas, cocaína, mariguana, morfina, heroína, etcétera). Es indudable el enorme beneficio que los psicofármacos aportan a los pacientes. La finalidad es brindar el mayor apoyo para preservar el equilibrio emocional y mental y el bienestar que todos anhelamos.
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